EL VIAJE DE VALENTINA

gimnasia-ritmicaCon este relato  participo en el concurso en #SUEÑOSDEGLORIA de ZENDA LIBROS.

Dedicado al equipo español de gimnasia rítmica, que no estará en los Juegos Olímpicos de Tokio, por siempre luchar por sus sueños. Esperamos verlas en los siguientes.

Martín enciende un cigarrillo al sentarse en el sofá a ver los Juegos Olímpicos y pone el aire acondicionado a tope. No es que le guste el deporte, pero tiene una razón específica para ver la competición de hoy, las finales de gimnasia rítmica. Como si supiera que la está buscando, en pantalla aparecen en primer plano los ojos caramelo de café de Valentina. Se está preparando, en pocos minutos es su turno.

Maldice no haberse puesto algo de beber, pero ya no tiene tiempo, se perdería la actuación de su ex alumna. Se entretiene dibujando círculos deformes con las espirales de humo, que se desvanecen mucho antes de llegar a la pantalla.

La expresión de Valentina es igual de rígida que cuando estaba a punto de iniciar los exigentes exámenes de matemáticas de Martín en el instituto. La mandíbula apretada, la mirada perdida hacia dentro, una calma aparente que no engaña a nadie. Se pasa la mano por la cabeza recolocando un mechón rebelde, que nunca ha llegado a escapar, en el tirante moño castaño. Su mirada desenfocada tropieza con la cámara, le mira sin mirarle, sin sospechar que está al otro lado.

Martín no se lo ponía fácil, a nadie en general, a ella en particular. Nunca se le dieron bien las matemáticas, y él la presionaba para conseguir lo mejor de sí misma, decía. Como su entrenador, solo que con la gimnasia el resultado era brillante y con las matemáticas mediocre, en el mejor de los casos. Martín la reprendía, le asignaba tareas extra, y, tras un examen final desastroso, les sugirió a sus padres que abandonara los entrenamientos para centrarse en las materias académicas. Si suspendía lengua también, repetiría curso. Sus actividades extra escolares eran solo una distracción que no iban a llevarla a ninguna parte. Tenía que focalizarse.

Era un profesor muy bien considerado en el instituto, jefe de departamento, y su opinión tenía peso e influencia, veinte años de carrera lo avalaban. Así que sus padres se lo pensaron. Hablaron también con su entrenador que, con la cara desencajada por la incredulidad, intentaba exponer las razones por las que su alumna más brillante y premiada debía continuar su carrera deportiva.

Los padres de Valentina, contra todo pronóstico, la dejaron tomar la decisión final. Era su futuro el que se estaba forjando, así que ella debía decidir. Valentina no dudó, no descuidaría sus estudios, pero, de ningún modo, pensaba dejar la gimnasia rítmica.

Es la hora, Valentina se coloca sobre el tapiz y ejecuta su actuación con precisión milimétrica, la cinta de seda rosa danza con ella tan armónicamente que las espirales de humo de Martín se sienten avergonzadas. Noventa segundos de exquisitez. Ya no queda nada de la adolescente insegura que se revolvía en su silla. La que no enfrentaba la mirada.

El fallo de los jueces llega en seguida y un murmullo creciente recorre la sala, Martín puede oírlo como si estuviera allí.

Valentina es la nueva campeona olímpica.

Martín tiene sentimientos contradictorios. Hizo lo que creyó mejor. Cómo iba a pensar…

Ahora es él quien se revuelve inquieto en el sofá. Enciende otro cigarrillo mientras intenta rebatir las preguntas que se agolpan en su mente.

¿Se equivocó? Qué importa ahora.

¿Se arrepiente? No.

¿Se siente culpable? No tiene porqué. Su conducta fue irreprochable.

Ahora sí, es el turno de esa copa y de dejar a Valentina donde le corresponde, en el pasado, es hora de seguir encauzando la vida de otras Valentinas. No todas tendrán la misma suerte que ella —las palabras esfuerzo, sacrificio y constancia no cruzan por la mente de Martín— y es su labor, y obligación, ponerles los pies en el suelo.

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