¡NO SABES CUÁNTO LO SIENTO!

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Imagen Cottonbro – Pexels

—Carlota, puedes hacerlo.

Al más puro estilo de una coacher emocional mi yo reflejado en el espejo del dormitorio repite el mantra que mi mente le dicta.

Estoy tan nerviosa que se me han enrojecido las mejillas y parece que tengo fiebre. Me conviene.

No soy buena actriz, en el colegio nunca me cogían para las obras de teatro, tampoco me importaba. Pero hoy soy Julia Roberts y estoy filmando Erin Brockovich. Me juego el verano de mi vida.

La puerta principal se abre y entra Javier en casa. Marco con el fijo el número de mi móvil y lo dejo sonar varias veces para asegurarme de que sea audible. Volumen al máximo. Corto la llamada y finjo hablar.

—Sí, sí, me reuní con ella esta mañana. ¡Pero qué me dices! Estaba perfectamente, bueno, un poco acatarrada, pero ya se sabe, el aire acondicionado es lo que tiene.

Javier se asoma al quicio de la puerta, mi tono exaltado ha conseguido atraerle, me mira inquisitivo.

—Positivo. No me lo puedo creer. Justo ahora llega Javi de trabajar. Lo tenemos todo preparado para irnos al chalet de sus padres diez días. —Le hago un gesto con la mano para que no entre en la habitación. No hace falta, ha dado un paso atrás. Me mira desde el pasillo como si tuviera la lepra, habríamos dicho hace poco más de un año. Como si tuviera Covid, podemos decir a partir de ahora—. ¿Llamo yo o me llamarán?… Vale, espero a mañana. Sí, sí, aislamiento absoluto.

—Carlota, no me jodas. —El «Hola cariño, ¿cómo ha ido tu día?» ni está ni se le espera—. ¿Quién?

—Aurora, la de marketing.

Por inercia doy un paso hacia él y recula, choca contra la pared. Intento contener la risa.

—¿Habéis estado sin mascarilla? —aguanta la respiración, no quiere compartir aire conmigo.

—En la reunión no, pero nos tomamos un café. Y luego fuimos a comer —remato cuando veo que relaja la expresión.

—Joder, Carlota, que nos vamos hoy a la Manga.

Como si no lo supiera.

—Que viene toda la familia.

Muero de pena.

—Que el año pasado no nos vimos por la mierda esta del Covid.

Hay que mantener las buenas costumbres.

Alargo el silencio, como los buenos jugadores. No voy a decirlo, que parezca idea suya. Pero no se atreve, quiere que lo diga yo. Cedo o no acabaremos nunca.

—Tú puedes ir —y además me deberás una.

—Hombre, Carlota, ¿y dejarte sola? Pero tú, ¿cómo te encuentras?

—Perfectamente. Si es por precaución. Seguro que no me pasa nada. Y si me encuentro mal te vuelves, que solo son tres horas.

—¿Te parece bien? Si das negativo te vienes, ¿no?

—Creo que hay que guardar cuarentena igualmente. Pero no te preocupes, tengo mucho que hacer.

Veo que pasea la mirada por la habitación.

—Las maletas están en la entrada. Has pasado por delante.

—Me sabe mal dejarte aquí tirada.

—Qué le vamos a hacer —me encojo de hombros y pongo cara de pena, pero no demasiada, no sea que decida quedarse y estropearme mi plan de películas antiguas y vino, envueltos en silencio. Después de los veranos en la Manga, con su ruidosa familia, se me antoja el paraíso. Por supuesto no pienso enclaustrarme, pero eso no hace falta que lo sepa. Afortunadamente, no nos relacionamos con los vecinos, así que es poco probable que nadie se chive.

Mientras carga la maleta en el coche y recoge sus cosas, bañándolo todo en desinfectante, pido hora online en la masajista. El numerito me ha dejado contracturada.

Julia estaría orgullosa de mi actuación. No me gusta mentir —o al menos eso es lo que digo siempre—, pero tampoco me gustan los veranos con gente a la que no soporto.

Ellos o yo. Cuestión de supervivencia.

Con este relato participo en el concurso #elveranodemivida de Zenda libros.

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