Como parte del curso Psicopatología en los personajes literarios (UNED), he trabajado un texto inspirado en uno de mis propios personajes: la protagonista de La boda de Samantha Parker.
El concepto de “Bridezilla” —mitad bride (novia), mitad Godzilla (el monstruo cinematográfico)— refleja muy bien el trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad (TOCP). Representa la necesidad de perfección, el miedo al error y la sensación de que solo uno mismo puede mantener el control… hasta que el control se convierte en una cárcel.
A través de esta breve narración, me interesaba mostrar cómo lo que socialmente se interpreta como “exigencia” o “perfeccionismo” puede esconder un trastorno. Este curso me está permitiendo mirar la psicología de mis personajes desde una nueva perspectiva y ver que lo que había descrito de una forma intuitiva tiene una base tiene psicopatológica real, que ayuda a comprender mejor la mente de quienes viven atrapados en sus propios patrones de control y obsesión.
La Bridezilla: Cuando el control se convierte en obsesión.

Si la florista vuelve a pronunciar las palabras “Sam, querida, relájate”, juro que le incrusto un lirio en el ojo. Quedan tres días para la boda y las flores no combinan a la perfección con el tono exacto de mi vestido marfil. Reviso el vestido con luz artificial y con luz natural, corriendo y descorriendo las cortinas para graduar la intensidad de la claridad. ¿Qué luz habrá en la iglesia? ¿Y en el salón de banquetes? Necesito armonía absoluta de colores. No. No todos los blancos son iguales.
—¿Qué te parece un carrito de golosinas? —pregunta mi wedding planner—. A los niños les encanta.
—No hay niños invitados —sentencio—. Faltaría más. —Los niños están prohibidos. Son una fuente de ruido, mocos y confusión. No entiendo por qué la gente insiste en tenerlos cerca. Dicen que dan alegría; a mí me dan dolor de cabeza. Y además son incontrolables, no puedo permitírmelo.
Anoche soñé que el pastel tenía una burbuja bajo el fondant. Al cortarlo, estallaba y la crema frambuesa salpicaba a todos. También a mi vestido marfil. Reían. Yo no. Me desperté con el corazón acelerado y escribí a la repostera para confirmar que el relleno estará nivelado. Cinco centímetros exactos por capa.
Oliver dice que lo importante es que nos casemos. Qué ternura. Lo importante es que todo salga perfecto. Perfecto bajo mis estándares, que no son iguales que los del resto del mundo. Estoy cansada de ser la única a la que le importa que las cosas se hagan bien.
No es tan complicado organizar una boda: basta con tener criterio y un poco de orden. Pero claro, el orden escasea. La gente confunde la improvisación con el encanto, el descontrol con la naturalidad. Yo no. Yo creo en los listados, las hojas de cálculo y las llamadas de confirmación. Todas las que hagan falta.
Quedan tres días. Cada segundo, cada milímetro y cada circunstancia están planificados y diseñados. Si algo se tuerce, lo enderezaré. Si algo falta, lo reemplazaré. No hay margen para el error.
Todo está bajo control. Absolutamente todo.