¿Quieres ser inmortal? Quizá no es tan divertido como parece.
Aquel atractivo e irresistible vendedor parecía un charlatán más, pero me ofrecía un elixir que supuestamente otorgaba la inmortalidad. Sin nada que perder, salvo diez euros, acepté y pagué movido por la curiosidad.
No fui el único. Cien años después, la sobrepoblación nos conducía directamente al caos: escasez de vivienda, centros sanitarios saturados (teníamos inmortalidad, pero nadie nos garantizó la salud) y las funerarias habían quebrado.
Todos buscábamos cómo quitarnos de en medio, pero ni armas, ni venenos, ni saltar desde el piso setenta y cinco consiguieron liberarnos.
La eternidad nos había atrapado, éramos inmortales.