MAÑANA DEL LUNES – ESTACIÓN DE CERCANÍAS
7:55
«Buenos días, equipo. La reunión semanal queda cancelada. Como sabéis, salgo para Frankfurt a las 10:00 y aún tengo que ultimar el informe. Retomamos el lunes que viene con normalidad. Que paséis una buena semana y deseadme suerte con la aprobación del presupuesto».
Sara lee el mail de su jefe mientras espera el tren de las 8:00. Javier ha comenzado pronto su jornada, cuadrar el presupuesto para la central le ha desquiciado durante toda la semana anterior. Ella también está desquiciada, pero por un motivo adicional. El viernes le confirmaron que en quince días empieza en un nuevo trabajo y hoy, antes de que salga de viaje, debe comunicárselo a Javier, su jefe. Estará fuera el resto de la semana y no quiere hacerlo por e-mail o teléfono.
Se siente en deuda con él, le debe su primer trabajo de lo suyo y, a pesar de su juventud, la ha tratado siempre con respeto, enseñándola a desenvolverse en el mundo laboral. Teme defraudarle. Pero el sueldo de becaria es pequeño, los gastos de su familia, con su padre en paro, importantes, y el sueldo del nuevo puesto es casi el doble.
No ha dormido en toda la noche. Se levanta del banco metálico y repasa mentalmente el timing mientras pasea, poniendo énfasis en sus pasos, apoya el talón como si quisiera marcar los minutos. A las 8:00 llega el tren, 8:15 en su destino, diez minutos andando hasta la oficina, 8:25 cruzando recepción. A las 8:30, media hora antes de que llegue el resto, lista para hablar con su jefe. Anticipa el momento en el que las palabras saldrán desordenadas de su boca, como si se le hubiera caído el bolso y su contenido se desparramara por el suelo. A pesar de haber ensayado todo el fin de semana sabe que será incapaz de exponer su discurso con coherencia. Ha pasado la noche en ese duermevela donde el pensamiento se convierte en pesadilla y necesita urgentemente deshacerse de su angustia.
7:59
El pitido del tren en dirección contraria la sobresalta. Se aboca para mirar el final de su vía y el semáforo le muestra un desesperanzador verde, ni rastro. Comprueba la pantalla y esta parpadea y le escupe la información que tanto temía en rojo: retraso de cinco minutos. Está sudando, se seca las palmas de las manos en los pantalones y vuelve a caminar por el andén marcando los pasos exageradamente, tacón, punta, tacón, punta. Salida 8:05, en destino a las 8:20, llegada a la oficina 8:30. Reunión con Javier a las 8:35. Solo son cinco minutos de retraso sobre el horario previsto, casi hora y media antes de que Javier deba irse
8:01
¿Y si Javier está sumergido en una de sus llamadas interminables? ¿Y si está reunido con otro trabajador madrugador? Son solo diez minutos, tranquila, explícale tu situación, tus necesidades, y agradécele su confianza y ayuda. Rápido, pero no indoloro. Recalcula mientras mira recelosa la pantalla, sin cambios. Suponiendo que el tren llegue realmente a las 8:05, a las 8:20 estará en destino. En diez minutos de trayecto andando se planta en la oficina. Pero ¿y si el tren no llega a y cinco? ¿y si las paradas son más extensas de lo habitual? Añade cinco minutos, diez a lo sumo, 8:30 en la oficina, hay tiempo de sobra.
8:04
La grabación anuncia entrecortada el tren. Sara ya hace rato que está parada al borde del andén número uno. Recalcula, 8:05 salida, 8:20 en la estación de llegada, cinco minutos extra si va más lento que de costumbre, paseo de diez minutos andando, ocho si apresura el paso, podría reducirlo a seis, pero no quiere llegar sudada y sin aliento. A las 8:33 en recepción, a las 8:38 en el despacho de Javier. Le interrumpirá esté haciendo lo que esté haciendo. Necesita vomitarlo ya.
8:05
Llega el tren y chirría saludándola al parar frente a ella. Suma mentalmente, si el trayecto dura quince minutos…